en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
-su cimera encarnada y jugos
atendrá el sabor de las fresas, picante-
presenciar la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el sonrosado engarceal
indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra audacia.
extraerle del vientre virginal esa rugiente
ternura tan parecida al estertor final
de un agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.