Chantal Maillard
Algún día, cuando el aire pese como tierra
sedienta sobre los cuerpos desnudos,
tal vez alcance a ser la voz de aquel peregrino
que enmudeció o el agua que,
gota a gota, resbala por su pecho.
Él nunca estuvo en la otra orilla, pues sabe
que allí los dioses duermen en el polvo.
Y sabe que cuando un hombre por azar
se duerme en la otra orilla,
-ese lugar que siempre ocupó la mirada-
ellos se despiertan y se contemplan en él.
Si ese hombre, entonces, se despierta,
se convierte en espejo y estalla con el sol...
Algún día, cuando el aire pese como tierra
sedienta sobre los cuerpos desnudos,
tal vez alcance a ser la voz de aquel peregrino
que enmudeció o el agua que,
gota a gota, resbala por su pecho.
Él nunca estuvo en la otra orilla, pues sabe
que allí los dioses duermen en el polvo.
Y sabe que cuando un hombre por azar
se duerme en la otra orilla,
-ese lugar que siempre ocupó la mirada-
ellos se despiertan y se contemplan en él.
Si ese hombre, entonces, se despierta,
se convierte en espejo y estalla con el sol...